Dependiendo de a quién le preguntes sobre la palabra feminismo puedes recibir múltiples respuestas: de tu tío en una cena de Navidad o de una cuenta troll de Twitter. Es fácil escuchar que el feminismo es eso que quieren las histéricas esas, que las mujeres sean superiores a los hombres y algún otro temible plan de dominación mundial. Pero, en realidad, el feminismo no tiene nada que ver con esa exagerada caricatura, sino que es el principio de igualdad de derechos de la mujer y del hombre.
Si nos ceñimos únicamente a esa primera acepción de la RAE, hablamos de la dimensión teórica del feminismo: la idea de que las mujeres merecen aquello que tradicionalmente ha sido reservado sólo para los hombres, dejándolas a ellas en un lugar de discriminación y opresión. Sería, por lo tanto, una idea.
Pero es más que eso. Es una idea, pero una que nos impulsa a cambiar nuestra forma de actuar para transformar el mundo y que tiene efectos comprobables en nuestras vidas. La segunda acepción de la RAE bajo “feminismo” es movimiento que lucha por la realización efectiva en todos los órdenes del feminismo. Son esas ideas de igualdad las que crean un movimiento de personas alrededor del mundo entero, tanto hombres como mujeres, que quieren usarlas para transformar el mundo, un mundo en el que las mujeres por el hecho de serlo ven en peligro sus derechos fundamentales. Un mundo que no debería ser así, y por el que desde hace más de cien años que se lucha.
Día Internacional de La Mujer. © SOPA Images
¿Cómo comenzó todo esto? Un repaso histórico del feminismo
La primera ola del feminismo se sitúa en un margen amplio: durante el siglo XIX y hasta principios del siglo XX. La reivindicación principal de las feministas fue el derecho al voto, pero en sus reclamos incluyeron algunos derechos civiles y políticos, como el acceso a la educación. El feminismo o movimiento feminista se desarrolló de la mano de otros movimientos reivindicativos del momento, en especial el abolicionismo. Y no sólo las feministas de los EEUU estuvieron implicadas en su abolición. También en España las mujeres apoyaron el fin de la esclavitud, con figuras tan importantes como Concepción Arenal a la cabeza.
El eslogan de la segunda ola del feminismo es “lo personal es político”. Las feministas que en las décadas de los 60 y 70 repetían estas palabras mantenían que la desigualdad experimentada por las mujeres en lo social, cultural y político estaba ligada a la manera en la que llevaban sus propias vidas y reproducían en ellas estructuras de poder sexistas y opresoras para la mujer, en el ámbito privado y en el público, desde lo doméstico a lo laboral y social. Para ellas, cambiar nuestras vidas era una manera de cambiar la ideología dominante al no participar en ella.
La tercera ola del feminismo, nacida en la década de los 90, se puede definir con un concepto central: interseccionalidad. A pesar de enmarcar muchas corrientes dentro de ella, dependiendo de dónde se ponga el foco de esta interseccionalidad, lo que todas esas corrientes tienen en común es que ven cómo el problema de la opresión de las mujeres se une a otros factores (clase, sexualidad, etnia, geografía…) y hace diferentes sus experiencias como oprimidas.
Actualmente se debate acerca de la existencia o no existencia de una cuarta ola del feminismo, y de cuál sería su agenda. Antes de hablar de definir una nueva ola de pensamiento y de corrientes críticas e intelectuales, es importante considerar y analizar todo este recorrido y analizar las necesidades del momento en el que nos encontramos.
Y ahora, ¿qué camino va a seguir el feminismo?
Conocer de dónde viene un movimiento es importante para saber a dónde va. Porque el feminismo debe seguir adelante mientras las mujeres sigan siendo oprimidas y discriminadas. Es fundamental llegar a una toma de conciencia mayoritaria donde hombres y mujeres sean tratados de manera igualitaria.
¿A qué problemas nos enfrentamos hoy en día las mujeres?
A la violencia de género, cuando las mujeres son atacadas por el hecho de serlo. A la violencia sexual y el acoso, que aunque puede afectar a cualquier persona, afecta desproporcionadamente a mujeres y niñas. Al salario desigual. A la amenaza de sus derechos sexuales y reproductivos, los cuales se ven amenazados por legislaciones que no las protegen o apoyan en caso de ser víctimas de violencia sexual. Medidas que no dan acceso a anticonceptivos seguros y que restringen enormemente su acceso a abortos legales y seguros o los prohíben directamente.
Y es que estos problemas están muy presentes en el mundo. Aproximadamente el 30% de las mujeres que han vivido una relación han sufrido violencia sexual por parte de su pareja, y en general, siguen siendo más propensas a sufrir agresiones, incluyendo la violación. Las mujeres ganan aproximadamente el 77% de lo que gana un hombre por el mismo trabajo. Los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres siguen en peligro, incluso los que ya habían sido conquistados. Eso, o son directamente inexistentes.
La policía antidisturbios custodia la casa de Jaroslaw Kaczynski, líder del partido gobernante en Polonia durante una manifestación contra una decisión del Tribunal Constitucional sobre la ley del aborto, Varsovia el 23 de octubre de 2020. © Grezgorz Zukowski
Pero todas estas desigualdades e injusticias no quedan sin respuesta. Como a lo largo de la historia, la lucha por los derechos continúa. Hay multitud de ejemplos que nos llenan de inspiración: en Polonia, la respuesta a la nueva ley de restricciones del aborto despertó una gran marea de protestas a la que se le empieza a llamar revolución. Conocida como “Women’s strike”, aunque no sea ni una huelga ni sólo formada por mujeres. Las continuas protestas en todo el país, y en el mundo entero, han conseguido que el gobierno haya retrasado la entrada en vigor de la nueva ley, aunque no se haya echado atrás del todo. Un caso parecido es el de Eslovaquia. Igualmente, hubo una propuesta de ley que pretendía restringir enormemente el aborto, pero en este caso, sí se consiguió que la ley no se implementase.
Y aunque no se consigan resultados, lo importante es que eso inspira a que se siga luchando por los derechos y renueva la fuerza necesaria para hacer frente a la opresión y discriminación. En Argentina, la discusión acerca de la legalización del aborto despertó a la marea verde, el nombre dado a la multitud de personas que, con el pañuelo verde como símbolo, apoyaban la autonomía de las mujeres sobre sus cuerpos y su derecho a decidir sobre el mismo. A mediados de diciembre la Cámara de Diputados aprobó el proyecto de ley de interrupción voluntaria del embarazo y ya solo falta la aprobación por parte de la Cámara del Senado.
No sólo se trata de movimientos sociales: también nuestras vidas son susceptibles a cambios que las acerquen un poco más a la plena igualdad de género. Es importante comenzar desde los pequeños detalles para llegar a algo mucho más grande. Una acción feminista también es revisar cómo los estereotipos y desigualdades afectan cómo actuamos en nuestra vida diaria y cambiarlo para que sea lo más igualitaria posible. Por ejemplo, si nos comprometemos a no tolerar que nos discriminen por nuestro género en nuestros ambientes sociales y de trabajo, eso es una acción feminista igualmente importante, ya que ayuda a cambiar la sociedad desde su base: las personas que la forman.
Loujain al-Hahtloul, defensora de los derechos de la mujer en Arabia Saudí. © Marieke Wijntjes
Las pequeñas acciones cuentan. Aunque admiremos y nos inspiran las activistas que luchan de forma visible por los derechos humanos de las mujeres (como Loujain al-Hathloul, que fue encerrada por querer informar a las mujeres de sus derechos en Arabia Saudí; Nasrin Sotoudeh,que defiende el derecho de las mujeres a decidir libremente si quieren usar o no el hijab; incluso jóvenes referentes que ya comienzan a sacudir el mundo como Greta Thunberg, activista ecologista contra el cambio climático con una enorme presencia mediática), todos y todas contamos y ayudamos igualmente a cambiar el mundo en nuestro día a día. Negarse a aceptar un trato inferior por ser mujer, aunque no salga en medios, es luchar por la igualdad. Decidir salir a la calle sin querer hacernos de menos, llamar la atención a las personas de nuestros círculos con actitudes discriminatorias, examinar críticamente nuestras palabras para asegurarnos de que no caemos en desigualdades, es luchar por el feminismo.
Por todo esto es importante que continuemos con este movimiento que lleva tanto tiempo luchando por la liberación de la mujer de las injusticias machistas y por acabar con la discriminación que padecen. Porque aún queda trabajo que hacer, pero cada vez conquistamos más derechos gracias a nuestro deseo de transformar el mundo y avanzar en derechos humanos.